Thursday, November 24, 2011

Juan Tul y la Ardilla

Cierta vez el conejo Juan Tul sostenía con las manos el techo de una cueva. Pasó la ardilla, se detuvo y al verlo en tal apuro le dijo:

 — ¿Qué haces Juan Tul?

 —Ya lo ves, sostengo el techo de esta cueva.

 — ¿Estarás cansado?

 —Mucho.

 —Si quieres yo te ayudaré.

 —Me harás un favor porque te digo que ya no puedo más. La ardilla tomó el lugar de Juan Tul y allí se estuvo horas de horas hasta que cayó en la cuenta de que se trataba de una broma. Bajó las manos y salió de la cueva.

 A los pocos días encontró a Juan Tul y le dijo:

 —Me engañaste con eso de la cueva.

 Juan Tul, haciéndose el sorprendido, le contestó:

 —Jamás he estado en la cueva que dices. Llevo meses en este zacatal. Por cierto, estoy que me muero de cansancio. ¿Por qué no me das una mano?

 —Con mucho gusto— respondió la ardilla Juan Tul le echó encima los hatos más grandes de zacate y escapó.

 La ardilla se rindió bajo el peso y como pudo se escurrió y luego pensó: "Otra vez me engañó Juan Tul". En un camino volvió a encontrar a Juan Tul y le dijo:

 —Ya no me engañarás más, Juan Tul. Con este bejuco te voy a dar una paliza.

 — ¡Qué cosas dices! Desde niño vivo junto a este árbol. Jamás me he alejado de él. No sé, la verdad, no sé de qué me hablas.

 —De todas maneras te tengo que castigar.

 — ¿Y por castigarme así, vas a despreciar las piñuelas que están allí?

 — ¿Dónde?

 — ¿No las ves, tonta? ¡Allí, a la orilla del camino!

 Y mientras la ardilla buscaba las piñuelas, Juan Tul desapareció. Una tarde, la ardilla tropezó con Juan Tul y le dijo:

 —Oye, Juan Tul.

 —Yo no soy Juan Tul. Yo acabo de salir del bosque que está del otro lado del camino.

 —Entonces ¿me darás un poco de agua? ¡Vengo sedienta de tanto correr!

 — ¡Claro que sí! Aquí tienes mi calabazo lleno de agua. Bebe hasta la última gota, si quieres.

 Sedienta como estaba, la ardilla bebió de golpe todo el contenido del calabazo y cuando tomó aliento cayó de bruces. Lo que había tomado era aguardiente. Entonces Juan Tul, muerto de risa, le dijo:

 —Vieja borracha, ahora alcánzame si puedes. Y echó a correr.

 Texto extraído del libro Leyendas y Consejas del Antiguo Yucatán de Ermilo Abreu Gómez. Editado por el Fondo de Cultura Económica, México.

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